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Las vidas de estas mujeres cuentan historias de abandono, violencia, dolor… entrelazadas con la entereza de ser mujeres fuertes y luchadoras.

Con el agravante de ser madres solteras en una sociedad machista, salen todos los días cuesta arriba a buscar la vida para sus hijos. En El Salvador, quien nace pobre muy difícilmente dejará de serlo.

Al principio, cuando las conocí, pensé que sería un taller de los que suelo impartir, un taller intenso, pero de corta duración. “Yo soy una sandía, porque soy dura por fuera, pero si me parten con un cuchillo soy dulce y puedo dar dulzura a la gente” dijo Ruth en una dinámica del taller. A medida iba conociendo sus historias les propuse una locura: hacer una obra de teatro y que se convirtieran en actrices.

Estoy convencida de que sus historias son importantes, porque al hablar de ellas hablaríamos de miles de mujeres salvadoreñas que por lo general no tienen voz. Ellas son ejemplos de vida universales, pero nunca nadie les había dicho algo que las sorprendió: “sus historias son importantes”.

Y fue así como ese grupo de mujeres, que nunca habían asistido a una obra de teatro, procedentes de comunidades urbano-marginales del sector informal: vendedoras ambulantes, trabajadoras domésticas, fieles practicantes de la rebusca, decidieron hacer una compañía de teatro en El Salvador con todo lo que implica hacer teatro en uno de los países más violentos del mundo.

Así empezamos nuestra “locura”, en salitas improvisadas de casas, rebelándose contra aquella sentencia: “serás lo que fueron las que estuvieron antes que vos”

En un país donde las noticias siempre son sobre violencia, este grupo de

cinco mujeres se ha convertido en un grito de esperanza.

Han demostrado que se puede interrumpir un ciclo de violencia. Han arrebatado una oportunidad,

han pateado fuerte las tablas y reclamado el derecho de contar su historia.

Porque ahora, no tienen ninguna duda, saben que es importante.


- Carta de la directora
Egly Larreynaga